No por muchas veces contado, el origen de una idea extraordinaria pierde interés. Por eso siempre resulta estimulante leer la explicación que Charlie Brooker, creador de la serie Black Mirror (originalmente en la BBC y ahora en Netflix, convertida ya en un referente de ficción televisiva en todo el mundo), ofreció para justificar un título que es a un tiempo un hallazgo brillante y una temible advertencia. En una columna en el diario The Guardian del 1 de diciembre de 2011, coincidiendo con el estreno de la primera temporada, Brooker escribió: “El espejo negro del título es el que encontrarán en cada pared, en cada escritorio, en la palma de cada mano: la pantalla fría y brillante de un televisor, un monitor, un teléfono inteligente”. Esa pantalla oscura que devuelve el reflejo de quien está frente al aparato, volcando en un objeto su intimidad y depositando también en él sus esperanzas, sirve como metáfora (deshumanizadora) de lo que puede ser el futuro inmediato si nos abandonamos en manos de un desarrollo tecnológico acelerado. Brooker no es un enemigo de la tecnología ni un moralista desencantado con las posibilidades que brinda el futuro, su función como creador de historias es simplemente invitar a la reflexión, como ya planteaba en esa misma columna: “Si la tecnología es una droga, y a veces la sentimos como tal, entonces, ¿cuáles son sus efectos secundarios?”.


Gran parte del éxito de Black Mirror está en la cotidianeidad de lo que muestra. En la sensación de realidad absoluta que transmiten sus imágenes. Aunque encuadrada dentro del género de ciencia ficción para simplificar las siempre necesarias definiciones dentro del negocio televisivo, su concepción trasciende esta etiqueta. Lo que vemos en la pantalla -antes de que acabe el show y se vuelva negra en un irónico guiño- puede estar pasando hoy mismo, aunque no lo sepamos, no lo queramos ver o nos dé miedo tan siquiera plantearnos esa posibilidad. Esa inquietante cercanía que transmite Black Mirror proviene en gran medida del trabajo de su director de producción y efectos visuales Joel Collins: “Hemos tratado de no diseñar cosas que sean demasiado extravagantes, demasiado emocionantes, demasiado fuera del alcance de la gente. Se trata básicamente de actuar con moderación. Es un ejercicio de diseño de bajo perfil, de hacer las cosas con sutileza y tener cuidado para no pedirle a la audiencia demasiado”. El resultado es esa textura entre lo familiar y la pesadilla que impregna todos los episodios de la serie.


El equipo de Painting Practice, estudio británico fundado por Joel Collins junto a Daniel May que pronto ampliará su presencia abriendo sede en España, se ha ocupado del diseño de producción, los efectos visuales, los motion graphics y las secuencia de títulos de la serie al completo. La experiencia ha dejado marcado a Collins quien reconoce que, después de trabajar en Black Mirror, es más escéptico respecto a las bondades de la tecnología porque los temas que tratan “consiguen asustarte”. Un temor que le lleva a recomendar a todo el mundo vivir el presente con intensidad, ya que no sabes muy bien qué puede depararte el porvenir. El consejo -casi un aforismo de libro de autoayuda- puede resultar útil un tiempo pero, por si acaso, mejor continuar manteniendo la mirada más allá, porque así como imaginemos el futuro será lo que podamos construir...


Entrevista y edición: Azahara Mígel, David Castañón
Texto: José L. Álvarez Cedena